
viernes, 21 de junio de 2013
TRAS LA HUELLA ARQUITECTÓNICA DE MONTERÍA
Las casas de palma, de zinc y en mampostería, representaciones patrimoniales de cada época, están sucumbiendo ante una civilización que para algunos hace parte del desarrollo arquitectónico normal de toda ciudad, en tanto que para otros tiene ‘sangre de verdugo’.
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Montería y su huella arquitectónica
Pocos parecen acordarse de las viejas casas frescas ubicadas sobre la Avenida Primera de Montería. De las puertas cerradas y abiertas a partir de las cinco de la tarde. De haber visto las mecedoras de mimbre en las terrazas de cemento fresco.
O de las ventanas en las que la gente se asomaba de cuerpo entero para mirar la puesta del sol detrás del puente metálico sobre el río Sinú. Y ya nada queda de las casas en mampostería encaladas, en los bosques de naranjos, de mediados del siglo XIX, ni de los callejones tapizados de arena de mediados del siglo XX.
La anterior reflexión no es un lamento con tono de frivolidad que niegue la normal y casi natural dinámica urbana de la ciudad, ni el reflejo del deseo de querer vivir estancado en el romanticismo de lo viejo, como algunos aseguran, pero sí es el sentir de personas que, como don Francisco Pacho Bula Coneo, herrero de oficio y buen madrugador, luchan por sobrevivir en pleno centro comercial de Montería, en un inmenso patio sombreado por palos de níspero de más de medio siglo, y de un jardín de rosas y margaritas, sembrado en medio de una civilización que –como él mismo dice– “nos llegó de golpe y amenaza con pulverizar sin miramientos todo vestigio del patrimonio histórico de la ciudad”.
Don Pacho, como cariñosamente le dicen sus amigos y vecinos de la calle 34 y 35 con carrera cuarta, es de los pocos habitantes que siguen viviendo a pocas cuadras de la ya olvidada y legendaria plaza Montería Moderna, hoy convertida en el Parque de los Libreros, testigo de fiestas en corralejas, en cuyos alrededores se levantó toda una generación de monterianos, entre los que se cuentan intelectuales y beisbolistas, pero también de profesionales, intelectuales, artistas y autodidactas, quienes vivieron en las últimas casas de techo de palma y paredes de bahareque y boñiga de vaca.
Pero un poco más arriba de la vieja casa de don Pacho está el conjunto patrimonial e histórico que se extiende desde la calle 23 hasta la 27 con segunda. Son las casas y edificaciones que sobreviven amalgamadas en la arquitectura de finales del siglo XVIII, la neoclásica de inicios del siglo XX y las que representan la llegada del modernismo a finales de los años 60, sitio en donde se concentró una afluencia cada vez mayor de emigrantes que procedían de Europa.
Hoy, desde este sector, algunos han ido para el norte porque los impuestos son tan elevados como los pagan aquí en el centro, otros lo hacen porque son bienes herenciales para familias ya muy extensas y prefieren venderlas a particulares para facilitar la división; pero hay quienes siguen luchando por mantener al menos sus oficinas en lo que en un tiempo fueron sus casas de residencia.
Un tigre con historia propia. Precisamente allí, en la esquina de la calle 25 con carrera segunda, tendido en una hamaca sanjacintera que cuelga de un rincón a otro de su oficina, está José Rodolfo Corena Buelvas. Lo único que pende de una de las cuatro paredes amarrillas de esta oficina que a la vez hace de cuarto para la siesta del mediodía es su diploma de Abogado y Doctor en Ciencias Políticas de la Universidad de Cartagena.
El doctor José Corena es uno de esos hombres que no parecen enfadarse con nada y que tienen la virtud de caerle bien a la gente desde el primer momento, de aspecto bonachón, amable, reposado y tranquilo; en Montería y los estrados judiciales es conocido popularmente como El Tigre Corena, apodo que imprimió, incluso, en su tarjeta de presentación. Cuando se presenta aclara que es descendiente de Melchor Corena, “el primer General que tuvo la República, incluso antes que el mismo Simón Bolívar”, dice con orgullo.
La oficina y casa de El Tigre Corena –como ahora le digo– conserva su estructura levantada sobre ocho horcones de Santacruz, un árbol legendario extinguido en las selvas del Nudo de Paramillo; es de techo de zinc, paredes de tabla reforzadas con adobe y cielo raso de lata de corozo. El Tigre Corena cuenta que fue construida por el párroco de la época para instalar a una misión de religiosas pertenecientes a la comunidad de la Madre Laura de Jesús Montoya Upegui, la Madre Laura, hoy en proceso de canonización en el Vaticano. Desde allí, las monjas se dedicaban a la catequización de los niños pobres, asistencia de los enfermos y obras de misericordia.
En la sala se divisan los arcos que anteceden a lo que fue el altar para oficiar la misa; además, los tres dormitorios contiguos a la cocina y, al fondo, el patio donde estuvo un rancho con techo de palma, donde las religiosas se sentaban en las tarde a tejer en bastidor. Luego, en 1930, tras un litigio, la casa pasó a la familia Gómez.
El Tigre Corena explica que las casas vecinas han sido abandonadas o están a la venta porque los herederos hoy son profesionales y buscan vivir en El Recreo, La Castellana, o en otros barrios no tan exclusivos como Costa de Oro y Pasatiempo.
Recuerda que hacia 1960 el Concejo de Montería prohibió la construcción de casas de techo de palma en el centro de la ciudad. Posteriormente él le propuso al Gobierno Municipal arrendarles la casa para que fuera utilizada como museo de arte sinuano precolombino. La iniciativa nunca prosperó. En otra ocasión, debido a los altos impuestos, logró evitar que se la rematara el banco. El Tigre Corena dice que hoy esa propiedad no se vende ni permuta porque la intención de su hijo, que estudia en Japón, es conservarla como patrimonio histórico de Montería.
En tanto, en las afueras de las casas y edificaciones del centro de la ciudad el comentario callejero, estimulado por los últimos gobiernos, es que Montería dejó de ser una provincia y ahora es una ciudad que está en proceso de transformación, de desarrollo y progreso. Pero existen otras voces que cuestionan el desarrollo sin sentido ni planificación, sin consulta social ni sentido humano.
Una mirada crítica y reflexiva. Para quienes hacen una lectura crítica del desarrollo y la planeación urbanística de la ciudad, la de hoy es una arquitectura mal entendida, disfrazada, que individualiza al ser humano y que no está acorde con el entorno ambiental ni cultural del Sinú.
Luis Carlos Racini Alemán, profesor de la Universidad del Sinú, magíster en planeación urbana, explica que “si bien no nos podemos quedar añorando el pasado, porque las ciudades no se pueden estancar y deben adaptarse a las nuevas necesidades y exigencias del mercado, se debe hacer una planeación que valore el testimonio histórico, pero en Montería el mercado inmobiliario es el que está imponiendo el desarrollo arquitectónico, carente de planeación, e incluso, en ocasiones por encima de las disposiciones legales”.
A su turno, el presidente de la Sociedad de Arquitectos de Córdoba, SAC, Ricardo Cabarcas, advierte también que “en Montería el desarrollo se planifica sobre la marcha, se está destruyendo el pasado arquitectónico para imponer modelos extranjeros mal implantados, y al mismo tiempo la ciudad está colapsando por dificultades en la movilidad y conexión entre los distintos sectores”.
Voces extramuros. Muchos coinciden en que los altos impuestos de valorización y catastro son impagables y actúan como tenazas que presionan a los habitantes de las antiguas casas, especialmente las que están en inmediaciones de la Plaza Montería Moderna y en zona de influencia del centro, a malvenderlas a ‘corredores’ que luego se las pasan a “gente que viene de afuera –en su mayoría paisas– y en un santiamén construyen edificios sin ninguna planeación”.
En medio de todo tipo de comentarios es evidente que hoy Montería es una ciudad de contrastes, en la que se amalgaman la pobreza extrema y la miseria, con la riqueza y el poder, en medio de la cual emerge una arquitectura moderna que está pulverizando toda huella del pasado.
La arquitectura ‘minimalista’, cuya tendencia es reducir el espacio a lo mínimo y esencial, se está expandiendo con rapidez en los estratos medios, donde además se impone, en las nuevas construcciones, los colores blanco y negro, acompañados de la ‘cultura del aire acondicionado’, que desplazó aceleradamente a la arquitectura tradicional del Sinú, adaptada al medio ambiente, de casas térmicas, rodeada de grandes calados o ventanas, construidas con materiales de la zona, como la palma y la madera traída del Nudo de Paramillo, en el Alto Sinú.
Borrando la educación. La educación también se está quedando sin pasado testimonial. Apenas en estas dos últimas semanas se destruyeron en la 29 con carreras 5 y 6 la antigua casa de don Rodrigo García Caicedo, donde su yerno, don Jaime Exbrayat Boncompain, había trasladado el Instituto del Sinú, símbolo de la educación en Montería. Y en esa misma dirección, vecino al Departamento de Policía Córdoba, también fue intervenida, hace quince días, una casa antigua en donde funcionó el colegio de doña Julia Pastrana.
El periodista y escritor Jorge Valencia Molina recuerda que mucho antes habían sucumbido el Colegio Público de Varones, donde opera hoy el Departamento de Policía, y el Colegio Público de Mujeres, en la 29 con 4, en el edificio de la antigua Lotería de Córdoba.
Para el arquitecto y profesor de la Universidad Pontificia Bolivariana, Juan Pablo Olmos Lorduy: “la arquitectura en Montería parece haber perdido el rumbo frente a una modernidad malentendida, en la que predomina el interés privado sobre el cultural y colectivo; la huella histórica de la ciudad está desapareciendo y la intervención de los últimos gobiernos para evitarlo ha sido desafortunada, pues parece no importarles si se destruye nuestro pasado, ni la sabiduría de quienes nos precedieron”.
“El Gobierno se siente impotente y no ha habido quien gestione ante el Ministerio de Cultura la declaratoria de ‘Bien de Interés Cultural’ de al menos algunas de esas edificaciones”, explica el arquitecto Juan Pablo Olmos mientras hace un recorrido con un grupo de estudiantes de arquitectura y comunicación social por el centro histórico de Montería.
Lo dice porque la ciudad parece contagiarse por la indiferencia y el olvido, pues a nadie parece importarle si en el centro se vende, compra o destruyen las antiguas casas patrimoniales de los Lacharme (Cl 27 Cra 1°) o la de los Kerguelen (Cl 27 Cra 2), la de los Caicedo (Cl 26 Cra 1), la de los Pineda, o la de los Berrocal, auténticas obras de arte en madera de inicios del siglo pasado.
Lo grave en medio de este “desarrollo sin sentido” o “sociedad del espectáculo”, como le llamaría el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, es que también se está acabando con los antiguos sitios que generaban encuentro y diálogo ciudadano sin miramientos de clase social.
El emblemático Salón Tropicana, de los hermanos Antonio y Orlando Escobar, en donde –según recuerdan hoy sus antiguos propietarios– “las diferencias sociales quedaban en la puerta de entrada, y en donde jamás hubo una muerte violenta”, fue adquirido por particulares que lo tumbaron para construir un parqueadero. Asimismo, en la calle 36 con carrera segunda, a finales del año pasado sucumbió Cerveza Pará, popular sitio de encuentro de albañiles, plomeros, electricistas y comerciantes informales.
La voz del gobierno. En medio de todo el interés del Gobierno Municipal es casi que simbólico. Para el secretario de Planeación Municipal, Carlos Montoya Baquero, actualmente es claro que al tema de conservación del patrimonio histórico y urbanístico no se le ha dado la importancia que se merece.
Montoya reconoce que “Montería tiene una cantidad de construcciones que deberían ser patrimonio histórico y urbanístico de la ciudad, pero lastimosamente hoy no existe la declaratoria de bienes de interés cultural que otorga el Ministerio de Cultura. Es un proceso y un tema que está estancado y que hay que reactivar”.
En un encuentro con estudiantes de Comunicación Social de la Unisinú explicó que “el Plan Maestro de Patrimonio para Montería debe hacerse conjuntamente con la academia, las universidades y el gremio de arquitectos”.
La paradoja consiste en que actualmente el Gobierno Municipal le apuesta a una ‘ciudad turística’ y a una ‘ciudad amable’ y uno de los focos atractivos para el turismo peatonal lo constituye el patrimonio, y la amabilidad se logra construyendo y conservando espacios para el diálogo entre los ciudadanos.
Carlos Montoya reconoce que muchos constructores no pedían conceptos a Planeación. “Aquí los constructores venían haciendo lo que les daba la gana, se consideraban los amos y reyes de la normativa urbana y por eso empezamos a hacer una labor severa de control urbano”.
Sin embargo, ese control sobre la propiedad privada se escapa de las manos porque las construcciones que representan bienes culturales y patrimonio histórico solo están en ‘lista indicativa’ del Ministerio de Cultura, lo cual limita su intervención y por tanto sus propietarios están en libertad de disponer de ellos como bien les plazca.
Lo cierto es que más allá de cualquier promesa de control, los distintos sectores de Montería consideran urgente que alguien haga algo por conservar lo poco que queda de ese vestigio del pasado cultural y arquitectónico representados en casas como las de don Francisco Pacho Bula o la de José El Tigre Corena.
FUENTE:http://www.elheraldo.co/revistas/latitud/tras-la-huella-arquitectonica-de-monteria-102895

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